El 17 de noviembre de 2013
finalizó la huelga indefinida de los trabajadores de limpieza viaria y
jardinería de Madrid. “Sí se puede, sí se puede”, es lo que coreaban los
trabajadores que se concentraban en la sede de la Inspección de Trabajo al
conocer el acuerdo alcanzado entre sindicatos y empresas. En él se contempla un
Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) de 45 días, por el que
durante los próximos cuatro años, cada uno de los trabajadores dejará su empleo
durante este periodo y cobrará el 75% de su salario del INEM y el otro 25% lo
asumirá la empresa, también se pactaron bajas incentivadas y prejubilaciones. A
cambio las empresas se comprometían a no realizar despidos ni “rebajas
salariales”. Así, se ponía fin a un conflicto que ha puesto patas arriba la
capital durante 13 días pero para entender las claves de este, invito a que nos
retrotraigamos en el tiempo…
Cogemos el autobús 119 en la
Calle General Ricardos, del madrileño barrio de Carabanchel, nos dirigimos
hacia Atocha, en el vehículo nos acompañan, a parte de los habituales ancianos
de avanzada edad que suelen regentar el transporte público; una importante
cuadrilla de hombres y mujeres ataviados con un mono fosforescente en el que se puede leer la palabra
“limpieza”. Entre ellos charlan, debaten, bromean…
-En esta huelga se va a liar, la Botella no sabe en la que
se ha metido-afirma uno de ellos.
-Sí, pues los cabrones de Comisiones bien que no hicieron
nada cuando despidieron este verano a mi hermano-salta otro con un tono más exaltado.
-Venga Manuel, si ya sabemos de qué pie cojean-interviene
otro compañero en tono conciliador para aplacar los ánimos.-Pero en esta estamos
pringados todos, y ahora o nos salvamos todos o Rajoy al río-lo que provoca que
se desencadene una sonora carcajada entre sus colegas y el resto de pasajeros
que estamos a su alrededor.
-¡Al río sí que lo echaba yo, pero para ahogarle!-irrumpe
una de las mujeres.
Nos bajamos
del autobús, son las 18h del 4 de noviembre de 2013, Atocha es el punto geográfico
que dará el pistoletazo de salida a una manifestación que anuncia el comienzo
de la huelga esa misma noche. El ambiente, a parte de lo caldeado que estaba
por el hecho de estar jugándose el puesto de trabajo; era casi festivo, la
gente esbozaba sonrisas porque aquellos que habitualmente comparten su tiempo
para limpiar las calles y arreglar los jardines de una ciudad tan inmensa como
Madrid, hoy lo hacían para demandar eso mismo, que todos continuaran
trabajando. Las bocinas resonaban, los petardos estallaban por todos lados,
mientras algunos se afanaban en cruzar contenedores en medio de la calle y
quemarlos con la basura que horas antes habían recogido ellos mismos. Otros, en
una imagen muy representativa de lo que es la pérdida del puesto de trabajo; se
quitaban su uniforme y lo echaban a las hogueras que alumbraban a los
manifestantes, dado que las farolas aún no se habían encendido en aquella tarde
otoñal en la que ya estaba todo oscuro.
La
manifestación discurrió sin mayores incidentes, excepto cuando algunos
comerciantes y vecinos de la calle Atocha intentaban apagar las hogueras,
momento en el que se producían enfrentamientos verbales, y no tan verbales;
entre los trabajadores y los improvisados bomberos. “¡Huelga!¡huelga!¡huelga
general!”, “si esto no se arregla, Madrid lleno de mierda”, “Botella quién te
ha votado, dime quién te ha votado”, estas y otras eran la consignas que se
coreaban a lo largo y ancho de la manifestación. Llegando ya a la Puerta del
Sol, se vislumbran dos piras inmensas, una al final de la calle Carretas y otra
en el centro de la plaza, algunos residentes de la calle Carretas trataban de
apagar las fogatas desde los balcones con cubos de agua, lo que provocó
reproches de los trabajadores y cruces de palabras a “grito pelao” entre unos y
otros, hasta que uno de los operarios nos informa de que “ya han subido un par
de compañeros a explicárselo”.
Esa misma
noche charlamos con algunos de los barrenderos y jardineros, les preguntamos
por el análisis de la situación, sobre las perspectivas de la huelga, las
posiciones de las partes implicadas, cómo se iban a desarrollar y planificar
asuntos tales como piquetes, nuevas manifestaciones, negociaciones… Uno de
ellos, Rafael García nos pone al día, dice que se había recurrido a la huelga
indefinida ante la propuesta de las empresas concesionarias del servicio de
limpieza y jardinería, de un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que
afectaba a 1.134 trabajadores e implicaba rebajas salariales con cifras que
rondaban entre el 30 y el 40%.
Rafael es
un chico joven de entre unos 25 y 30 años, rubio con los ojos claros, barba de
3 o 4 días, nos cuenta que a pesar de que ha “estado trabajando una temporada
de barrendero, hoy estoy aquí apoyando a mis compañeros, ahora estoy en paro y
estudiando Políticas en la Complutense”. Cuenta que en los piquetes, los
trabajadores se dividirán en función de los diferentes cantones (sedes y
almacenes que hay repartidos por Madrid de los que salen los trabajadores de
limpieza viaria y jardinería), nos dice que “esta huelga no solo es por el ERE
planteado, si no también por los 350 compañeros que no fueron subrogados en
agosto cuando se adjudicó el nuevo contrato de limpieza a las diferentes
concesionarias”. Le pedimos el móvil para estar en contacto y quedar para hacer
el seguimiento de la huelga, piquetes, asambleas…
Es el 8 de
noviembre, hemos quedado Rafael a media noche en el cantón de la calle María
Odiaga esquina con Padre Amigo, se da es curioso caso de que éste tiene en
frente una comisaría de policía. Pese a su emplazamiento, la calle está tomada
por alrededor de unos 40 trabajadores, lo primero que delata lo anormal de la
situación son unos contenedores volcados ardiendo, lo segundo es la suciedad de
las calles colindantes y la propia María Odiaga. Nos abrimos paso hasta el
punto de encuentro entre restos de comida, mondaduras de fruta podrida y tiras
de papel; saludamos a Rafael, le decimos que si podemos hablar con algún
trabajador, afirma que sí y llama a un tal Pepe.
Ante
nosotros se nos presenta José Hernández, un conductor de camiones de la
limpieza, de mediana edad, alto, de pelo cano, de sonrisa amarillenta por el
tabaco, un poco gordo y afiliado a Comisiones Obreras. Cuando le preguntamos
que qué pretenden los barrenderos y jardineros con esta huelga, a parte de
mantener su puesto; que nosotros como estudiantes tratamos de ofrecernos como
medio de comunicación al margen de la manipulación mediática que suele darse
entre los medios convencionales en lo referente a las huelgas, a lo que nos contesta
que “yo tengo 53 años, a los dos años mi madre me puso pantalones, así que
llevo 51 años vistiendo por los pies y es muy difícil que alguien me líe”. A
continuación, relata que “esto es una
huelga política, como todas las huelgas, contra unas medidas de destrucción de
empleo promovidas desde el ayuntamiento, por lo tanto con esta huelga buscamos,
en cierta medida concienciar a la gente para que voten a quien tiene que votar,
ante esta alcaldesa impuesta”. Más tarde, comenta que esa misma noche ha dejado
a sus dos hijas en casa con su mujer para poder estar en el piquete, también
ilustra con ejemplos en lo que se traducen las rebajas salariales. Él pasaría
de ganar 1.500€/mes en un turno de noche con 13 años de antigüedad, a ganar
900€, los compañeros de mañana tendrían un sueldo de unos 750-800€; y los de
fines de semana y festivos su jornal se quedarían en unos raquíticos 350€.
En los
próximos días se suceden las negociaciones entre sindicatos y empresa, la
huelga adquiere protagonismo en los telediarios, sobretodo por la lamentable
situación de las calles menos céntricas, con basura acumulada alrededor de los
contenedores, se abre una cuenta bancaria como caja de resistencia para paliar
los efectos de la huelga sobre los trabajadores. Las empresas no quieren dar
cifras del seguimiento y piden que se cumplan los servicios mínimos, algo
denunciado como abusivo por los sindicatos, que cifran el seguimiento en el
100%, en las tertulias de la derecha mediática se insta al ayuntamiento para
que se empleé al ejército para limpiar las calles de Madrid, finalmente el 13
de noviembre la alcaldesa amenaza con acudir a la empresa pública Tragsa (de
ERE también) para cubrir los servicios mínimos.
El 15 de
noviembre, aproximadamente a las 12h de la mañana, decidimos desplazarnos a Vallecas,
el piquete ha salido del Camino de las Hormigueras, nos incorporamos a él en la
Avenida de la Albufera a la altura de la parada de Metro Portazgo. Los trabajadores
con sus atronadoras bocinas hacen su aparición en la vida cotidiana de este
barrio obrero, escoltados por cuatro furgones de la policía. Pero esto es
Vallecas, aquello es el mundo al revés, lejos de enfadarse; los vecinos salen a
felicitarlos desde las ventanas, pitan con los coches a su paso, sacan el puño
por las ventanillas en señal de apoyo y la gente que espera en las paradas de
los autobuses les aplaude. Una vez transitado un buen tramo, a la altura de la
parada de Pacífico se empieza a comunicar que ese mismo sábado 16 tendrá lugar
una negociación más entre sindicatos y empresa.
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